La trampa del otro

El miedo antes tenía menos poder, quizá porque no había ganado batallas importantes.


Cuando lo hizo no se supo detectar su origen, unos decían que era odio, aversión. Otros, se enteraron tarde. Y los que lo sufrieron lo tenían tan dentro que aprendieron a convivir con él o a ser devorados.


He visto muchos esclavos del miedo. Y es fácil, muy fácil, caer en la trampa de usar tu miedo creando miedo sobre otro, a veces sin darte cuenta.


Un susurro en un bar, una risa, un grupo que poco a poco pisa. Y del susurro a la broma, y de la broma al asco, y del asco al rechazo y del rechazo al odio. 


Y lo que empieza inocente se vuelve turbio y obsceno. Se expande como el agua que empapa la tierra. 


Ellos lo saben, juegan con ello. No importa lo que hagas que acabas rodeado de agua empantanada.


Y puede ser algo sencillo, que no se siente y de pronto llega un día que no te reconoces. 


Tenías unos ideales, una vida plena, pero ya no. Solo sientes eso. El hambre. 


Porque eso es.

Hambre que muerde tu alma y no te suelta hasta que has perdido, pero ¿el qué? 


No lo sabes, crees que otro te ha robado, que otro te ha hecho esto y lo de más allá. 

Y te pueden decir lo que quieran que esa es tu verdad.


Tú que fuiste al parque con ellos, que reíste y creciste a su lado. 

Tú que viste cómo aprendían tu lengua y quisiste ser enseñado.

Que probaste su comida en sus casas. 

Que los invitaste a la tuya.


Y ahora. 

Que los quieres fuera.

¿Qué fue de ti?

Dime: ¿cómo te perdiste?

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