De repente
El sonido desafinado de las llaves al chocar no me
resultaba solo monótono sino frustrante, alrededor de veinte jóvenes se
agolpaban a mi espalda y yo, cabizbajo, recordaba que ninguno de ellos me había
respondido al buenos días qué acaba de pronunciar.
Abrí la puerta de par en par, aún hablaban de sus cosas
cuando un muchacho esmirriado y alto me dijo burlonamente- Conserje, no ve que
no me deja pasar- y todos rieron. Recuerdo que miré su cara y ni siquiera sentí
desprecio, a mis años da igual lo que un adolescente creído pueda decir.
- Buenos días señor conserje, ¿se llama usted Ignacio,
verdad?- dijo una chica amablemente al dirigirse hacia el aula.
Así, de repente; salió de la nada esta mozuela.
Sorprendiéndome, dejándome atónito aunque no lo aparentase; creía que los modales
y la educación ya se habían olvidado en este instituto pero no, ¡menos mal!
- Sí, pase una buena mañana señorita.- respondí yo
sonriente.
Sonreí, sonreí alegremente. Al fin y al cabo, todo
influye en la vida de la gente. Ese Buenos
días me demostró que los gestos de las personas, por simples que sean, nos
hacen felices; pues la felicidad se encuentra donde uno menos se lo espera.
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